Dios hizo este mundo maravilloso para su gloria y luego creo al hombre a vivir en ello. Tanto el mundo como el hombre han sido dañados por el pecado. Sin embargo, Dios restaura al hombre “creado en su imagen” y le ha encargado la tarea de hacer real el Reino de Dios aquí en la tierra. Repetidas veces la Palabra de Dios nos recuerda de esta responsabilidad. Desde el principio del tiempo el hombre (Caín) no ha podido negar que es el cuidador de sus hermanos. Jesús nos retó a amar a nuestro prójimo y cuidar de ellos como de nosotros mismos. La visión apostólica de la religión pura es puesto a la prueba de suplir las necesidades de las viudas y desafortunados y de preocuparse por el bienestar de los presos. El profeta preguntó en que responsabiliza Dios al hombre y concluyó que es en ser misericordioso, hacer la justicia y andar en humildad.
Cumplir con esta visión de rectitud es llamado en nuestros tiempos “defender los derechos humanos”. Es garantizar que la principal creación de Dios, el hombre, tenga la dignidad que merece el imagen de Dios a lo que fue hecho. El pecado ha manchado el brillo del hombre. Bien conocemos el daño que causa el vivir desenfrenadamente, sin conciencia de Dios, abatido por las traumas de la vida y agotado por las adicciones. Pero el pecado que aflije al hombre no solamente se expresa a nivel individual, sino a escala grande de injusticias comunes a la sociedad, institucionalizadas en los sistemas legales, políticos y comerciales, en fin arraigados a la cultura misma. Ninguno vivo es necesariamente autor de estos abusos, pero sí podemos hacer conciencia de su existencia, educar a la gente de su daño y trabajar a favor del cambio. Es la misión profética de la iglesia pregonar la justicia en medio de la injusticia.
Antes de nacer venimos de Dios y regresaremos a Dios al morir. El mundo que habitamos es el puente entre estas dos realidades. Por algo Dios nos ha puesto en este mundo. Los teólogos pueden declarar que existimos para la gloria de Dios y aun para alabarlo y humanamente ofrecerle nuestro compañerismo sentimental. Pero, a fin de cuentas, estamos en este mundo para hacer el bien, y no el mal. Hacer el bien cuesta porque no solamente lucha el hombre en contra de su naturaleza pecaminosa, pero también en contra del espíritu inmundo que le rodea. La sociedad existente refleja tanto la existencia de Dios como la de satanás - el bien y el mal. Cuando predica la iglesia en contra del pecado debe predicar en contra de todo pecado, tanto individual como de sociedad. Al predicar en contra del mal – que sea en contra de todo el mal, tanto personal como cultural.
Es poderoso proclamar la salvación de Dios y ver vidas transformadas, pero el mismo Dios que transforma una vida puede también tranformar una nación entera. El Dios que cambia mentes, puede también cambiar el pensar de una sociedad. El Dios que puede rectificar la palabra del mentiroso, también puede enderezar los pronunciamientos judiciales. El Dios que puede detener la mano del ladrón, puede también corrigir el abuso del comercio. El Dios que puede parar los pasos destructivos del joven, también puede dar conciencia para proteger el medio ambiente sano. El Dios que puede implantar modestia y humildad en el corazón, puede poner un espíritu de servicio en el gobierno. La iglesia no debe guardar silencio sobre estos temas, porque nuestro Dios puede hacer los cambios en grande.
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